Estando en mi balcón tomando el sol, aprendí a mirar más allá de lo físico. Aprendí a observar cómo transcurren las cosas y como nos caemos y nos volvemos a levantar. Aprendí a escuchar los llantos, las alegrías, las ilusiones, las desgracias, la impaciencia, la paciencia…de la gente. Aprendí a confiar de todo lo que me rodea, de la soledad y de las miradas; porque por mucho que quisiéramos no mirar lo malo, lo que realmente parece ser desagradable y desconfiado a veces hay que pensar en que puede ser bueno e incluso algo inesperado en nuestras vidas. Por eso hay que dar un voto de confianza a nuestro instintos y no escondernos de aquello ajeno que intentamos evitar. Aprendí a recitar mi vida con un pentagrama, programando cada ritmo que hago en cada segundo, porque si no programamos unos segundos de nuestras vidas, quizás nunca hagamos ninguna aventura arriesgada por temor a equivocarnos. Aprendí a razonar que por qué tenía que irse el sol tan pronto para mí. Era de noche y era normal que el sol se escondiera, porque toda la humanidad, todos los astros, todo el universo en conjunto necesita cambios en determinadas horas, para experimentar de todo un poco. Noche, día. Calor, frío. Alegría, tristeza. Guerra, paz…
Sin temor al presente, con la cabeza bien alta y sintiéndome confiada de mi misma, me abarco a la nueva aventura de mi vida: seguir viviendo más años.
Angie.
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