Era una larga noche de invierno cuando el silencio se
apoderó de mí, definitivamente. No supe reaccionar, ni siquiera pestañear más
de dos veces por segundo. Cada cinco minutos me pellizcaba en el brazo derecho
por si era un sueño que jamás olvidaría. Pero la realidad fue que nunca pude
despertar de ese sueño, pues todo era real. <>, pensé.
Mi día comenzaba tan vital como siempre, desayunando dos tostadas,
fruta y un vaso de café con leche. A las ocho y cuarto de la mañana salía de
casa, cogía el coche y me iba a correr al parque que tenía a 15 kilómetros de
mi barrio. Cuando acababa la jornada deportiva me duchaba en casa de Miguel, le
daba un beso de buenos días y me iba con el sol deslumbrándome la vista hasta
llegar al trabajo.
Ese día compré una especie de bollo relleno de crema de
chocolate en la panadería que hay justo enfrente de mi trabajo. Por cierto, soy
Patricia y trabajo en una asesoría. Los días en la oficina se pasan volando; de
repente son las doce y el día está más perfecto que nunca; luego las tres,
descansas tus ojos unos minutos del ordenador, coges el móvil para contestar
los corazones que te envía tu futuro marido... Finalmente llega la hora de irse
a casa y te despides de tus compañeros con una sonrisa de oreja a oreja
mientras sales por la puerta trasera de la oficina. Soy una chica muy risueña;
nunca me veréis seria, excepto esa noche tan tétrica y oscura que perdura en mi
recuerdo…
Miguel me había preparado macarrones a la boloñesa, como
tanto me gustan. El vino, el pan y el plato principal hacían una perfecta
imagen en familia. Cuando acabamos, nos tumbamos a descansar y pusimos una
película de Clint Eastwood, mientras Miguel me besaba en el cuello insinuando
un cuarto plato. No dudé en compartirlo con él.
Cuando el sol empezaba a esconderse, una amiga íntima me
llamó diciéndome que tenía que hablar
conmigo. Yo, absortada, no dudé en ir a su casa para ver qué panorama me iba a
encontrar: ella llorando, en un rincón de su habitación, con las persianas
echadas, la luz apagada y dos botellas de vino tinto vacías y desplomadas en el
suelo.
- Miriam… ¿qué ha pasado? Estoy asustada. Por favor, dime
algo. Avancé hasta ella y levanté su rostro, aquel rostro tan demacrado.
<>, pensé tras impactar mi mirada en la suya.
- Me ha pegado. Me ha pegado. Me ha pegado- no dejaba
de repetir la misma frase, llorando
intensamente y agachando la cabeza lentamente-.
No pude aguantar la ira en ese momento, pues solo al
observar en sus brazos moratones tan grandes como uno no se puede imaginar, agaché
la mirada y empecé a pensar qué hacer.
- Escúchame. Ahora mismo vas a recoger tus cosas y te vas a
venir conmigo, a mi casa. Llamaré a Miguel para avisar que hoy estaré ocupada
contigo-. En ese mismo instante, Miriam resucitó dando un feroz salto hacia mi
móvil. Lo apagó, me abrazó y se puso a llorar. – Miriam, si quieres no le digo
nada a Miguel, pero vámonos a casa cuanto antes, no vaya a ser que venga el
animal de tu marido.
Clavó su mirada en mí, de nuevo, pero esta vez más
intensamente como si quisiera decirme algo sin la necesidad de hablar. Fue como
clavar una espina en mi corazón saber aquello que jamás pensaría escuchar:
- Patricia, lo siento. Perdóname. Miguel y yo llevamos saliendo en secreto
desde hace 9 meses. Nunca supe cómo decírtelo, ni siquiera encontraba el
momento. Soy la peor persona y por eso me merezco todo esto. Estoy embarazada de él y… Patricia por favor, ¡perdóname! Mi
marido ha encontrado en mi móvil los mensajes que él me enviaba y a raíz de eso
y de unas cuantos cosas… ya sabes cómo es él. ¡Pero sé que me lo merezco! Soy
la peor persona del mundo- no dejaba de repetir lo mismo-. Por favor, solo te
pido que puedas llegar a perdonarme alguna vez, soy la peor persona del mundo –
no dejaba de repetir lo mismo-.
En ese momento sentí un movimiento sísmico en el suelo
provocado por la ruptura total de mi corazón. Nunca imaginé que llegaría a
escuchar eso, más todavía por ella, mi mejor amiga. No pude soltar palabra, un
bofetón o incluso una mirada de desprecio y odio. Lo único que hice fue salir
por la puerta y no volver la cabeza. Cuando llegué a casa rompí el móvil y salí
en busca de un suspiro de aire. Creo que nunca había corrido tanto como ese
día, incluso nunca había visto tanta oscuridad en las calles como ese día. El
infierno se apoderaba de mis andadas, de mi vida y de mi alma.
Esa misma noche recibí muchas llamadas de Miguel en el
contestador.
- Eres un desconocido entre un billón de personas
desconocidas. No me vuelvas a llamar nunca más; me has destrozado la vida. Te odio.
Adiós- le dije. Y colgué.
Contemplaba la luna tras la ventana, mientras conseguía
enfriar en cuestión de segundos el café caliente. El olvido, el dolor y la
melancolía fueron los actores principales en esa larga y amarga noche de
invierno. << ¿Por qué? ¿Por qué ellos?>>, pensé. Me fui a fumar un
cigarro, encendí la música y me desvanecí entre los recuerdos impulsados por el
sufrimiento. Mi cuerpo perdía movimiento, mi mente dejaba de pensar, los ojos
se cerraban en silencio. Todo se convirtió en un único fin aterrador: la ira
que podía llegar a sentir era tan grande que lo único que provocó en mí fue
despertarme al día siguiente entre el sofá y la chimenea.
Hoy llevo dos años conviviendo con el pasado, buscando esa
luz blanca. No he podido olvidar su rostro, su olor y su calor, aunque haga
mucho que no le vea. Qué largo es el dolor, qué largo es el olvido. Es curioso
como alguien tan diminuto entre tanta gente del planeta puede llegar a destacar
tanto en mi vida. Sin embargo, durante estos dos años de luto he podido
descubrir muchas cosas, como por ejemplo que hay días grises tan bonitos como los
soleados; que los macarrones a la boloñesa llegan a ser tan buenos como los
canelones de atún, incluso que hay días que requieren apagar una sonrisa para
dar el momento de gloria a otra sonrisa igual de bonita.
Somos seres con una necesidad sujeta a sentimientos. Somos
dependientes del otro, independientes de nada. El amor lo defino como un paseo
intranquilo, que puede acabar cuando uno quiera sentarse para descansar. Mi
vida se ha basado en ilusiones falsas, promesas incumplidas y poesías
inocentes. Quizá el amor exista en el día a día, tal vez somos independientes
de los demás, donde la esencia la crea la propia actividad del alma. El alma es
mi yo interno, mi necesidad básica de razón. ¿Y si el amor es lo más bello que
existe en la Tierra?, ¿y si el amor sufre de desilusión porque quiere ser
libre? Estoy pensando… estoy pensando en escribir una partitura para piano, tocarla con
el alma y compartirla con la vida. Es amor, sí. El amor eres tú, el amor son
ellos, el amor es esto. El amor es la acción y la reacción en un momento
perfecto. Quizá es hora de cerrar la botella, limpiarme los ojos con agua y
levantarme del suelo. Es hora de regalarte una canción. A ti, sí.
Angie R.
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