martes, 29 de diciembre de 2015

La breve historia de Elia

"Camino sola bajo el sol del invierno. Hojas caídas se amontonan en mi camino, entre mis pies descalzos, inundando el sendero de piedras, afiladas, agrietado por las guerras, los caminantes sin rumbo y la sangre derramada. Un viento de poniente eleva mi telilla de muselina oscura, descompuesta de las batallas continuas por huir de un mundo, un mundo agridulce del cual no quiero pertenecer. Me voy para no volver.
Es de noche y el frío se apodera de mi durante unas horas. Estoy congelada, no siento las manos y quiero descansar. De pronto, una aldea, pequeña y despoblada, se sitúa a media legua desde donde estoy. Me apresuro para llegar lo antes posible".
Noche en la aldea, leña abrasadora
Celia, una mujer mayor, risueña y trabajadora, me invita a pasar la noche dentro. Ceno leche, pan de centeno y uvas verdes, mientras una pequeña princesita deposita la mirada en mi (<>, pienso). Mientras la leña aviva las llamas del fuego, la princesita, sigilosamente, se sienta a mi lado, inquieta y ansiosa por saber quién soy, de dónde vengo, por qué estoy en su casa. 
- No te asustes, pequeña. Me llamo Elia, vengo de muy lejos, de la otra parte del lago. ¿Y tú cómo te llamas, princesita?
La niña de ojos saltones me mira fijamente, dispuesta a contestar, pero acechada por mi desconocida llegada.
- Me llamo Amalia-. Y se hizo el silencio durante unos minutos. - ¿Por qué te has ido de tu casa?, dijo Amalia con todo dulce, más tranquila y relajada.
En este momento no supe qué decir, si la verdad o la mentira, si enseñar mi pasado a través de mis ojos, mis temores en mis lágrimas o mi dolor en mi llanto. No supe qué contestar, no supe qué era lo correcto. Necesitaba sonsacar mi fuerza y ser, por un día, débil, consumida por la vida.
- No creo que quieras escuchar mi historia, Amalia. No me quedaré aquí mucho tiempo, así que prefiero que me recuerdes como una amiguita que una vez compartimos chimenea en un duro invierno de 1653.
Lluvia fusionada con sangre 
A la mañana siguiente me desperté viva. Una gran noticia. Abrí la puerta con cautela, cogí dos trozos de pan, un cuarto de queso y me escapé sin dejar rastro. Mi camino continuaba, tenía que llegar hasta las últimas montañas de la cordillera para ser libre. Durante el viaje, una nube descendió y empezó a llover mucho. Mis pies humedecidos, la ropa manchada de barro y agua y el camino ya empezaba a ser dificultoso para continuar. Pero enseguida encontré refugio, una cueva deshabitada, aunque no garantizaba protección ante los monstruos que me estaban buscando. Así que decidí coger ramas partidas que tapaban gran parte del bosque para improvisar una valla entre la cueva y yo. Elaboré una lanza con madera humedecida de roble, y la tallé con una piedra afilada. Ahora podía descansar tranquila hasta que dejara de llover.
La noche, pesadillas y soledad eran mis temores desde que tuve uso de razón. Preparé una hoguera para calentarme, pero no podía desmoronarme mucho; aún tenía un largo camino y los monstruos se aproximaban. Cogí un trozo de tela, la armé a la lanza y prendí fuego. Cogí las herramientas de defensa que había creado y, mediante un cinturón improvisado, los anclé para que no se cayeran. Escapé rápidamente, no podía desmoronarme más.
Dos horas habían pasado ya. De pronto me tropecé con un ciervo degollado, con la sangre aún fresca <>, pensé. Arranqué su gruesa piel con una de mis herramientas y me revestí de ella para camuflarme entre el bosque. Caminé y caminé hasta que alguien me cogió por detrás. Me dormí. 
La tribu Kúbrik 
La tribu Kúbrik pertenecen a los Massois que habitaron gran parte de los bosques del Este durante décadas. Era gente guerrera, de tez albina y melena larga, muy larga. Las mujeres se recogían el cabello haciéndose una espiral gigante y amarrándolo con dientes de jabalí; los hombres se dejaban la melena suelta, como parte de un ritual de sus ancestros.
- ¿Quiénes sois? ¿Dónde estoy?
- "Kulahe manaji trukino Kúbrik ankiroj nsá"-. No entendía nada, pero deducí por la palabra "Kúbrik" que eran la tribu de los bosques del Este.
- Necesito irme, por favor, dejadme marchar-. Ellos tampoco me entendían, pero por mi forma de suplicar, notaron que algo pasaba.
Me llevaron a una cabaña repleta de mujeres desnudas, rozando sus senos entre ellas. Se besaban, se masturbaban, lamían sus cuerpos unas a otras mientras el fuego ardía en el centro. Dos Kúbrikos no me dejaban salir. Empecé a chillar, queriendo escapar de esa odisea abstracta, pero cuando me di cuenta ya me habían arrancado mis prendas.
A la mañana siguiente, antes de que el sol amaneciera, cogí prendas más resistentes que encontraba en la superficie, dos cuchillos afilados, una lanza de metal y un poco de comida y agua.
Todos estaban dormidos, pero sabía que en poco tiempo despertarían. Así que empecé a correr colina abajo, sin mirar atrás, corriendo como un relámpago para despejarme lo máximo posible de ese territorio.
Tres disparos en el camino
"Cada vez estoy más cerca de mi destino, la últimas montañas de la cordillera, mi pasaporte para la libertad, para liberarme de un pasado indeseado, doloroso e injusto. He vivido muchas atrocidades, desde mi infancia, hasta defender mi supervivencia para  llegar a mi destino. Hoy noto más cerca el aire de las montañas doradas".
Habían pasado ya unos días desde que huí de la tribu Kúbrik. Cacé ciervos, pesqué, pasé mucho miedo por las noches; me refugiaba escalando árboles, buscando cuevas, construyendo techos de madera. Pero no ha habido movimiento de humanos, lo que significa que es una buena señal. <>. El sol comenzaba a esconderse cuando en mitad del camino un hombre con aspecto robusto, muchas capas negras por su cuerpo y un antifaz tapando su rostro se posó frente a mi. 
- ¿Te has perdido, preciosa? Te puedo llevar a casa...
- Te doy diez segundos para se salgas corriendo, desaparezcas de mi vista y no vuelvas a pisar este camino nunca más: 1, 2, 3... - empecé a contar, de forma muy agresiva y preparada para cualquier ataque.
(Carcajadas continuas)- ¿Pero quién te crees que eres, preciosa? Te voy a enseñar a respetar a los hombres solitarios armados.
Sacó su pistola y empezó a tirotear hacia mi. Pero me adelante, me agaché y le alcancé antes de que lanzase su segunda bala. Cayó al suelo, saqué mi navaja y le degollé.
La sangre recorrió unos metros, pero luego se perdió entre el pastizal de los lados. Limpié mi navaja, la anclé a mi cinturón y continué el camino.
La bienquerida
"Un día más acechando a la muerte". A dos leguas se encontraba mi destino: un conjunto de montañas doradas, resplandecientes y grandiosas me acogerían en su ciudad. Ya notaba el aire puro, el aire de la felicidad. No podía esperar más, así que aligeré el paso.
A medida que me acercaba, la primavera parecía haber llegado por las flores silvestres, los árboles rebosantes de brotes y un sol radiante que alumbraba mi vista.
Cuando llegué a la puerta de la ciudad, la gente era diferente a cómo me la imaginaba. Su vestimenta era elegante, como si salieran de un reino, con cabellos oscuros, vestidos de seda y había mercados de alimentos en todas las esquina. Las casas eran de cemento, marrones y decoradas con colores llamativos- rojo, verde, amarillo y blanco-. Cuando entré, los aldeanos se quedaron estupefactos por mi aspecto, mis lanzas y herramientas de batalla, la sangre, aun húmeda, en las prendas. Algunos hombres me cogieron y me llevaron frente al líder, y entonces fue allí cuando tuve que explicar toda mi historia: quién era, de dónde vengo, por qué huí...
Señor, permítame que me presente. 
Me llamo Elia, hija del Rey Angustiu Khaar y Sophiaa Khaar. Mi madre fue asesinada cuando yo tenía 4 años, y durante mis últimos 18 años he vivido con mi madrastra, una mujer cruel, diabólica, que ha corrompido mi reinado, destruido los recuerdos de un imperio justiciero y democrático. Cuando tenia 12 años fui brutalmente torturada por mi ella, hasta que un día pagó a mercenarios para que me violaran un par de veces al día. Los últimos años los he pasado en una cárcel, sin ver el sol, pero preparándome para atacar. Por eso, hace una semana que huí rompiendo los barrotes de la ventana cuando en ese momento unos carroceros transportaban el cadáver de mi padre entre un montón de paja. 
Cuando vi semejante acontecimiento, no pude resistir el dolor que tenía en mi interior. Cogí una espada, corrí hacia mi madrastra y la apuñalé cinco veces el corazón. 
Llevo huyendo una semana en busca de las montañas doradas, para liberarme del pasado y comenzar de nuevo. Os pido, por favor, que me adoptéis y prometo ser fiel a mis nuevas raíces. 
(Silencio en la sala). Un aplauso. Dos aplausos. Un abrazo.
- Bienvenida, querida- dijo el líder.
Por fin había saboreado la libertad. Inspiré intensamente y, por fin, respiré.
Muy fuerte.


















Angie R.