domingo, 6 de noviembre de 2016

¿QUÉ ES EL HILO ROJO DEL DESTINO? CRÓNICA DE UN FESTIVAL VASCO


Desde la estación de Atocha, el reloj marcaba la hora de salida del tren hacia Bilbao. Cuando compré lo necesario para el trayecto, me aproximé ligeramente a las vías del tren para encontrar el coche y la butaca, mientras el silbido del conductor generaba más tensión entre los viajeros que, todavía y con torpeza, intentaban introducir la segunda pierna dentro de los vagones. Corría el año 2015, no muy lejos de hoy, cuando los motores del Alvia intensificaban la marcha rumbo a una ciudad seminueva para mi. Y tan joven resultaría que desde entonces apunto en mi agenda comprar un billete cada 28 de octubre.


Las aves, adormecidas, sacudían con sus alas un cielo manchado de la noche anterior. Durante la primera de las casi seis horas, la vida en un tren parecía entretenida si en mi mano sujetaba un libro y en mis oídos, unos auriculares. Los descansos los dediqué a contemplar el paisaje rústico, a la caza de pillar el campo leonés; y después el vasco. [“Próxima parada: Miranda del Ebro”, decían. Y aún lo recuerdo como si hiciese dos horas que mi tren paró allí durante cinco minutos.] El resto del tiempo, entre reposo y hastío, lo dediqué a escuchar la lista de música la cual tenía que prepararme bien antes de los conciertos. [Claro, ¿cómo iba yo a sentir la música sin antes entenderla?] Miranda del Ebro me recordó a invierno, a una sensación vacacional, a frío y a festivales con cervezas en unas manos tapadas con guantes. Y entonces llegué a destino.

Hilo rojo del destino

Si pones en el buscador Google “qué dicen”, aparecerá una dosis potente de actualidad, y nada de mitologías, refranes o dichos populares. “¿Qué dice la biblia de la homosexualidad?”, “¿Qué dicen las apuestas sobre el Pacquiao?”, “¿Qué dicen esta noche en el debate de Gran Hermano?”, “¿Qué dicen los correos electrónicos de Hillary Clinton?”. Pero más interesante fue que al añadir “leyendas”, me topé con el 'Hilo rojo del destino' que según dice: los dioses atan un cordón rojo alrededor del tobillo de los que han de conocerse o ayudarse (…), y así las dos personas unidas por el hilo rojo están destinadas a ser amantes, independientemente de la hora, el lugar o la circunstancia. Por tanto, este cordón mágico se puede estirar o enredar, pero nunca puede romperse”. Esta leyenda asiática se adecua perfectamente a mis visitas a la tierra vasca. Estoy “atada” con un cordón elástico a la ciudad que dio nombre a una de las experiencias más gratificantes que viví.

Este año, por segundo consecutivo, el festival BIME live superó sus expectativas. Coordinarse no es tarea fácil, pero coordinarse por doble es casi imposible. Bilbao consiguió el desafío, pues en esta edición repetí alojamiento (Portugalete ) y visité, de nuevo, Getxo en bicicleta para probar por primera vez las kiskillas. Un antojo que sacié, con una cerveza fresca y rabas casi pensadas para la Jet set. Sin embargo, la mala niebla hizo del día un cielo grisáceo. Lo cierto fue que quedaba todavía una sesión más de festival y un domingo corto para recorrer algunos bares del centro antes de volver a la capital.

Del cartel de 2015 recuerdo una marea popera, nuevo indie español y la cabeza principal, Imagine Dragons. Por ese entonces estaba tan ilusionada, que hasta permitía rozar mis hombros con los demás cuerpos acelerados. Eran Imagine Dragons, Supersubmarina, Los Planetas, Crystal Fighters. Y por tales diferencias de estilos y de público, el segundo día fue el de mayor éxito. En esta edición, el dragón The Chemical Brothers acorraló durante la hora y media al 90% del público, es decir, al menos 14.000 almas sacudían sus caderas al ritmo de los hermanos ingleses. La electrónica batió récord en el BIME, pero los aplausos también fueron para el propio festival, por la elegancia de repartir el sonido en los tres escenarios, sin molestias ni protestas, cohesionando dos sesiones potentes con la tercera folck, pop o melodías atrapasueños.

De esta última, Edwins Collins sonó suave, tranquilo y clásico frente a una grada llena. [Me preguntaba de dónde salía tanta gente, si los dos escenarios principales estaban llenos de gente] Con la misma tranquilidad, Nacho Vegas apareció poco después de despedir a la banda estadounidenses Richmond Fontaine, quienes dejaron despegar sus alas al sonido de un country moderno. El escenario de Vegas, sin embargo, destacó por encima de las perspectivas. Quién iba a pensar que en hora y pico de concierto se atrevería a introducir un coro de mujeres y hombres. Que lo montase en la Riviera hace un año era necesario para su cerrar su gira a lo grado. Por ello, el gigante marcó su territorio con un megáfono de plástico que utilizó para 'El hombre que casi conoció a Michi Panero'.
Cuando pasada la media hora de escuchar al cantautor asturiano, en el escenario principal Suede llevaba treinta minutos de concierto. El inglés, y cabeza de cartel del viernes, eligió un repertorio de canciones muy acertadas. Parecía que en algún momento se desmayaría de tanta energía, e incluso aguantó con valentía hasta el último momento para interpretar 'Beautiful Ones', una de las canciones que reclamaba el público y que, aun así, se hizo de rogar. De hecho, cuando sonó ésta, yo ya estaba de camino al metro, después de tres intentos fallidos para intentar hablar con Julio Ruíz en el chiringuito de Radio 3.

El sábado en Getxo concurrió rápido, pese a la niebla y a los malestares que me provocaba el frío. La tarde se pasó frente a una pantalla de cine en Barakaldo, Yelmo cines, por el Documental de Oasis. El finde musical en Bilbao, lo describiría. Por cuestión personal, no voy a añadir ninguna crítica porque quizá estropearía la esencia, pero tampoco tuve palabras para expresar cómo lo viví, pese a no ser una auténtica fan. En la primera hora post-Oasis, de hecho, todavía estuve pensativa. Sólo diré que la recomiendo ciento cincuenta por ciento. Pasadas las diez de la noche, Carlos Sadness acababa de tocar 'Bikini', y todavía le dio tiempo a seguir con el ukelele y mostrar otra de su último disco. Así que pillé otra cerveza aunque de lo llena que estaba tampoco tenía tantas ganas de hincharme más.

Le di la espalda casi a la mitad de los artistas por Oasis [y justo ahora mismo Spotify me ha recordado que todavía está en los cines “el documental de los hermanos Gallagher, la banda musical más importante de los 90”]. La zona foodtruck estaba en el polo norte, en una zona al aire libre en la que apenas se podía acceder sin chaqueta. Uno de los puestos que más me llamó la atención fue el de comida asiática. Con sus noodles a 6 euros, casi pensados para la Jet set, se me hizo imposible no repetir hasta 3 veces en los dos días de conciertos. Aunque la salsa semipicante imperó en mi estómago durante algunas horas. Frente a la media noche, The Divine Comedy hizo de su escenario una comedia neoyorquina del siglo XVIII. Un cabaré con ritmo, con guitarras eléctricas, un bajo y batería. Las gradas, de nuevo, se llenaron aunque en esta ocasión se repartió equitativamente entre ellos y Moderat, que demasiado alargó su final si en teoría The Chemical Brothers tenía que haber pinchado su primera canción hacía 15 minutos.

De PJ Harvey o Javiera Mena, el viernes, se desarticuló el lado femenino de la edición. Se hicieron notar con audacia, y con muchos fanáticos coreando sus temas más actuales. De la inglesa, el despojo de interpretar un rock alternativo se valoró positivamente ahí abajo; mientras que Javiera Mena levantó a todo su público, sobre todo cuando pinchó 'Otra era' (su último single).

El hilo rojo del destino es el perfecto título que resume el sentimiento que aguardo de Bilbao, la ciudad que creó música, o que hizo algo grande para atraer la música. El hilo rojo del destino me une allí, obligada con entusiasmo a volver anualmente a los lugares ya visitados pero que nunca me sacian. Desde que por primera vez pisé un festival, no he dejado de pisar más. Como esa droga que aparece en polvo blanco en los baños públicos, siento así a la música. Tras asistir a cuatro festivales en un año y a casi una centena de conciertos, he decidido seguir el legado para 2017.


He aquí la crónica, crítica y narrativa personal de uno de los festivales, ya casi saliendo de los subterráneos del boulevard, que más sentido ha dado a mi afán por la música. Hasta el año que viene. Agur.

Angie R.

sábado, 20 de agosto de 2016

Suena Londres en mis vacaciones

Mientras escuchaba la canción Smother, de Daughter, me ha venido a la cabeza un recuerdo, un viaje a un país europeo. Aunque la historia que narraré a continuación no será real, el estado de ánimo que describo sí. Será la creación de una historia ficticia, que a su vez ocurre en un país que visité realmente, con un sentimiento personal que me hubiese gustado vivir. Confuso, sí. Pero molará.

It’s just medicine, suena ahora mismo en mi Iphone. Estoy esperando en el semáforo de Oxford Street y el cielo se ha vuelto muy gris. Saco el paraguas cuando noto en mi tez las primeras gotas, delicadas, de lluvia. Y el semáforo reverdece. Y yo cruzo con tranquilidad entre la multitud.

You' ve got a warm heart, you've got a beautiful brainSuenan tambores en el cielo, suenan silbidos en los coches. Y en las personas un rugir extraordinario. El calor humano se agradece en un 3 de febrero en la ciudad londinense. Rozamos los abrigos y las manos, y puedo escuchar las canciones de la gente desde sus cascos, la mayoría marca Sony. Suena The Clash, suena el “Boss”, suena Enrique Iglesias, suena jazz y suena Oasis- Wonderworld.

Compro en Pizza Hut Delivery un cuarto de pizza y una Coca cola porque, además del frío, caminar me provoca un hambre feroz. Y he quedado con mi novio en la entrada de China Town. Cada martes a esta hora me gusta pasear por allí para comprar todos los productos orientales que han exportado a la metrópolis. En Tottenham Court cojo el metro y me bajo en Picadilly. Sigo caminando y observando todo. Me gusta fijarme en los andares de los demás: una mueve mucho el culo, como yo; otra no se da cuenta que llevar shorts y medias rotas en unos jamones bien carnosos provoca ser el centro de atención de los mil viandantes en este momento. Un niño camina con las piernas muy abiertas, como su padre. Tendrá las piernas arqueadas.

Llego a barrio chino y mi novio lleva esperándome 14 minutos y 23 segundos. Los cuento porque si no exagera y dice que lleva media hora posado en la pared.

Pongo el moflete izquierdo en su boca para que me dé un beso. Casi siempre lo hago. Y nos cogemos de la mano mientras le arrincono a los escaparates para ver qué hay hoy en el mercado. De repente empieza a llover mucho y él no lleva paraguas, así que compartimos uno. Uno muy pequeño que compré hace unos meses en H&M. 

Son las cinco de la tarde y la noche se aproxima con velocidad a nosotros. Esto, como decía reiteradamente un profesor mío de la universidad, "en otros países de Europa no pasa". Y me refiero a países del sur, porque los del norte son peores que Inglaterra.

Llevamos juntos cuatro años y dos meses y se nos plantea casarnos pronto, pero el tiempo pasa y a los dos nos da un poco de pereza ponernos a organizar todo y reunir a familiares y amigos. Él lleva dos años trabajando en una empresa de diseño web y yo en otra en corporación. No se trabaja mal, al menos no nos quejamos todavía. Y nuestros horarios son agradables. Tenemos toda la tarde para hacer cosas, ir a cenar y dar paseos. Las compras las dejamos para los momentos solitarios. Al menos yo.

Aunque no tenemos hijos, cuidamos a dos perros, dos bulldogs franceses negros. Inseparables. Uña y carne.

Por cierto, me llamo Chloe y el Stefan. Somos franceses, parisinos. Capitales, muy céntricos y cosmopolitas.

A Stefan le encanta Londres y sus famosos fish and chips. A mí no me gustan, pero los del Great British me encantan. Me comí hace un mes uno enorme, una merluza. A pesar de ser un restaurante ubicado en el mismo London Eyed, debo decir que todavía no he probado esa atracción. Me parece muy cara y muy lenta.

Ahora son las ocho y media y llegamos tarde a cenar. En casa hemos preparado una ensalada de lechugas, tomates cherry, aguacate y queso. De segundo una tortilla revuelta con tomate. De postre un brownie a medias.
Nuestra casa es de alquiler, en Clapham. Tenemos un inmenso parque justo enfrente y el metro muy cerca. En verano solemos cenar en la terraza porque tiene un decorado muy minimalista, con madera clara y decorado delicado. Algunas plantas en el suelo y nuestras bicicletas de paseo colocadas en la pared. Pongo velas de vainilla y a él le dejo poner la música. Su música es mi música. Hoy suena The Smiths.
Después de la cena tenemos sexo intensivo. Hoy es un día especial porque es martes, un martes más que estamos vivos. Rozamos nuestros cuerpos entre las sábanas blancas. Me coge de la mano y yo de la suya y nos besamos mientras gimo.
El café del día siguiente supo a día libre. A viaje inesperado, a vacaciones de verano. Stefan me hizo dos tostadas con york mientras yo seguía removiéndome en la cama a las once de la mañana. Al final vino a buscarme, me cogió como coger a un niño cuando está dormido en el sofá, y me colocó en el sofá para desayunar. Hoy empezaban nuestras vacaciones.

Nos íbamos a Mallorca.

Angie R.

jueves, 7 de julio de 2016

Los domingos son míos

La cama me reclama, pero son las ocho de la mañana y me espera un día largo. Ahora empieza mi domingo, como cada domingo de la semana. Como cada domingo del mes. Quizá algún domingo fui infiel yéndome de viaje a Barcelona, Sevilla y Teruel – porque fui a visitar a un familiar – , pero este domingo soy fiel a mi ritual.
Me gusta lavarme los dientes antes de desayunar y hacer pipí cuando termino la última tostada de mi plato de plástico, de esos infantiles que teníamos cuando éramos más pequeños. Todavía lo conservo. Vestirme está sobrevalorado si no es para salir a la calle. Incluso para tirar la basura debería prohibirse salir de casa con ropa de calle. No, por favor, pijama siempre.
Me traen el periódico a eso de las ocho y media pasadas y mi leche marca blanca desnatada está casi hirviendo, como a mí me gusta. Las tostadas están todavía en la tostadora y hoy dejo el café para probar algo diferente: leche sola con cereales.
Abro el periódico porque la portada no me ha llamado la atención, y cuando estoy en la segunda página vuelvo a cerrar el periódico porque quiero abrirlo por detrás.
En cultura nada se cuece. Más que mirar los titulares, miro el nombre del periodista y luego el titular. Hoy parece que hay muchos suplemento y eso me gusta. Dedico más de cinco minutos a leer un reportaje de dos parejas entrevistadas para que expliquen al lector sus claves para mantener viva la pareja. Siempre me han interesado leer esos reportajes porque me parecen ridículos. Y porque al final siempre lo comparo con mi relación y pienso: “¿Y yo hago esto?”, “pues ella no me dice nunca esas cosas”, “ah, que se tiene que dormir así para avivar la llama?”. Al final me como la cabeza y dejo de leerlo.
Otro de los temas interesantes del periódico de los domingos es leer a los grandes reporter@s que siempre consiguen arrimar al lector durante más de 7 minutos. Una mujer que vivió un infierno durante veinte años, tal otra que trató con nazis mega malos, y luego están las actuales: jóvenes que explican su situación en Turquía, una mujer anónima que sufre violencia de género. Aquí la lectura acompaña mi desayuno. O mi desayuno a la lectura, mejor. Porque el desayuno lo considero la comida más placentera. Vas a la cocina con un hambre feroz cada mañana, como decía en su poema Alberto de Cuenca.
Mi novia a veces piensa que soy bastante sensible, cariñoso y mono, en el buen sentido. Ella es todo lo contrario. Cariñosa sí, sobre todo en las siestas. Ella se toma las siestas como un manjar de ricos. Sin las siestas se sentiría muy vagabunda.
Ahora el turno es para la sección local, me interesa la política aunque no me guste mucho hablar de ello y en el fondo nunca me especializaría en eso. Pero me gusta, de verdad. Cada día lo leo porque esto de las coaliciones me flipan. Todo este cachondeo de hacer amigos para que se unan a mi grupo me recuerda a las votaciones semanales de Gran Hermano. Todos se ponen en el sofá y tiene que pasar por la cabina para votar a su compañero. Muchos de ellos se reúnen o intentan convencer al otro para que voten a menganito, y menganita se lo piensa con su amiga par ver qué hacen. Eso sí, uno de ellos al final gana esa semana la inmunización – se salvan siete días de que le vote – y ha sido gracias a hacer amigos, a unirse y así ganar. Fácil.
Ahora la política está igual y me hace gracia. Parece un reality show.
Cierro la prensa porque es el momento de poner música. Elijo el repertorio, pero casi siempre pongo lo mismo, a no ser que haya algo que me interese en la radio. Cuando me canso, a los 10 minutos más o menos, cojo el ordenador y me siento en una silla del comedor,pongo música desde Spotify, abro Chrome y busco las letras de las canciones en inglés porque me gusta aprenderlas. Y así hago algo de inglés.
Si es verano, sobre el mediodía, me pongo el bañador y quedo con alguien para ir a la playa. Aunque a mi novia no le guste mucho, a mí me encanta. Luego le recompenso comprándole algo y listo. Los planes con ella son muy divertidos. No hay casi nada planeado y cuando nos apetece algo, lo hacemos. Casi siempre digo sí a lo que ella dice y ella dice sí a lo que yo digo. ¿Un helado? “Sí”. ¿Vemos ropa en Levis? “Sí”. ¿Cenamos fuera? Quiero ir a este bar que me gusta. “Me gusta!, vamos”. Quiero peli. “Y yo, vamos”. Es todo guay.
Para los viajes, lo mismo. Somos un poco culo veo culo quiero, sobre todo ella. Casi siempre me apetecen festivales y si es fuera de mi Comunidad mejor. Sobre todo el norte, nos gusta el norte. Me gustan los viajes así. Y nos lo pasamos bien, aunque esta vez sí lo planificamos.
Como hoy hace buen día, me voy a la playa. Hoy sola. Y voy con ansiedad al agua. Es como un antojo, aunque cuando ya estoy dentro al poco quiero salir y tomar el sol. Paso casi una hora y me vuelvo a meter porque me entra el antojo de agua. Luego salgo y continúo leyendo mientras me seco porque odio no secarme del todo.
Los planes por la noche me molan más y en verano. Adoro verano y el calor. De hecho siempre me ducho con agua casi hirviendo y a mi Mujer no le gusta, a ella le gusta fría, congelada. Salen trozos de hielo de la alcachofa. Es increíble os lo juro. Cuando es de noche la casa se me vuelve poco acogedora, me incita a salir y no volver hasta muy tarde. Siempre le digo a mi novia de salir a tomar unas cañas, aunque a veces le cuesta decir que sí porque no le gusta salir conmigo en ese plan. Y me parece bien. Pero la caña intento que nunca falten. La cerveza es un Dios que se apodera de nuestra libertad. Aunque debo admitir que en el verano me gusta más el día. El día de cada estación me gusta más. Sobre todo esos paseos a media tarde cuando todavía hay sol pero no tanto calor. Me gustaría que hubiesen parques como Central Park. Iría todos los días para hacer mil cosas, desaparecería durante unas horas y tendría que venir mi novia a buscarme – aunque sudaría, sinceramente –. 

No se puede luchar contra el amor, porque el amor se sobrepone a todo, con todo mi pesar oye. Pero es así. En cambio leyendo prensa por la mañana se te puede ocurrir empezar con hambre esta mañana y, quieras o no, es el momento perfecto para planear tu día aunque en el fondo todos sabremos que seguirá siendo un día improvisado. Pero al menos lo habremos intentado abriendo la primera hoja del periódico.



Angie R.

domingo, 5 de junio de 2016

Él también estaba cansado

Cansados. Cansados y malhumorados. Cansados de pasar el día en el trabajo, en el metro o en el ascensor. De ver amanecer y anochecer en menos de veinticuatro horas. De abrir la caja de los cereales y echártelos en la leche, fría y desnatada. De sacar la basura cuando la bolsa está a rebosar. 
Cansados. Cansados del frío que recoge tu coche, o del calor que se incuba en tu habitación cuando enciendes el radiador en invierno. Cansados de todo; de la vida, de los viernes por la noche, de las comidas familiares y los paseos por la playa. Cansados. 
Cansados de estar solos y perdidos; y a veces de querer tener mujeres para llenar un vaso de agua más. Quizá de leche, desnatada. 
Cansados de mirar por la ventana y escuchar, de fondo, el piano del vecino. Ludovico Einaudi, “Una mattina”. Y te acuerdas de poner el despertador y madrugar. Cansados estamos de madrugar. De hablar en plural para sentir que no estás solo. 
Cansados de quedar con los mismos, de buscar lo mismo y no querer nada. De apagar la luz y abrir los ojos; de taparte y sacar una pierna por debajo de la sábana. De abrazar (te) mientras duermes.
Cansados de dormir.
Cansados. 
En cambio no estamos cansados de la siesta. La siesta es el manjar de los vencedores, de “el grande”, de Muhammed Ali o de Bukowski con su novela de mujeres. La siesta, la esfera paralela a la vida. La tranquilidad y la calma. La cumbre del día. 
En cambio no estamos cansados del café de las doce y media. El café es una máquina de follar, establecer un vínculo con tu “yo” durante quince minutos. Esa melodía sincrónica agilizando las horas de cansancio. Como el “Fly” de Einaudi, como un golpe fantasma de Alí o un disparo inesperado en una oficina de detectives. 

No estamos cansados, en cambio, del cambio. De comprar un coche, de cambiar los zapatos. De buscar casa y entrar en diez pastelerías al día. De comerte brownies debido a ese mismo vacío. 
El cansancio del vacío, como una repetitiva alegoría de tu realidad. Cansados. Y un día me ves y reconoces tu esfuerzo por seguir despierto; por seguir mis pasos, que son los tuyos. Intentar cambiar porque el cambio nos gusta. El cambio “dieciséis”. 
Nos miramos y nos miramos, sin dejar de pestañear. De ver las bocas asimétricas, de los brazos colgados, la nuca desdichada y la piel tímida, de esas incapaces de exponerse fuera de la ducha. 
Y estás solo y lo único que quieres es buscar la pluralidad de la conversación, de aparentar la realidad, platónico pensador de los sueños. 
Y ves el daño, la soeza de un mensaje y la audacia de tu respuesta. El daño. Y abres una botella de vino para amenizar el momento, para descomponer armas para evitar hacer el mal. El daño. 
Cansado. Y en cambio cierras la botella y devuelves la vida a los mortales tumbándote en la cama, mientras apagas la luz y cierras los ojos. Te dejas caer y te olvidas de la alarma capaz de salvarte de una siesta profunda.  

Angie Ramón 


viernes, 29 de enero de 2016

España no es un pas de deux , sino un manojo de opciones

En 1789 comenzó la línea separatista de la ciudadanía. La Asamblea Nacional Constituyente
aplaudió la Carta Magna y el juego comenzó: un corralito a favor del derecho del Rey a vetar las
leyes aprobadas por el Parlamento se colocó al lado del presidente; otro corralito, en desacuerdo, se
colocó alejado del presidente. Así comenzó el debate entre conservadores y progresistas.
“Díganlo como quieran, pero sí existe derecha e izquierda”. Así se titula el artículo de opinión del
periodista Siscu Baiges para El Periódico. Y no es cuestión de años acabar con el bipartidismo que
lleva tiempo implantado en España. Es cuestión de conocimiento, experiencia y, sobre todo, de
empaparnos de información para llegar a una conclusión final sobre nuestra historia política. Tiene
razón la periodista Rosa María Calaf cuando dice en una entrevista para Eldiario.es que “el gran
mal de nuestra civilización es que no nos hacemos preguntas” y si no se llega a eso “al final se
consigue lo que decía Napoleón de que el pueblo no tiene que ser libre sino que tiene que creer
que lo es”.
Estamos en un momento de transición. Otra transición, llámenlo como quieran. Pero es un cambio.
¿Por qué? Porque la nueva generación ha nacido espabilada, porque está, en palabras del periodista
Antonio Lucas, “deshaciendo tímidamente el gulag ideológico del corralito bipartidista”.
Hoy venimos más dispuestos que antes y un pilar importante de esto ha sido la tecnología que ha podido desvelar problemas para no dormir, como lo de las tarjetas black, las
cuentas en Suiza, la camarilla de corruptos, etc. Y hemos puesto en duda la historia de dos
corrientes “que emocionó a Spielberg” durante más de dos siglos.
Pero, ¿hay realmente valores morales que se identifiquen con un bando u otro? Sí, y se llaman intereses o valores más que una ideología en sí. Dicho esto, nosotros conocemos- o más bien relacionamosque la parte conservadora- la derecha- vela más por los intereses económicos, porque el rico sea más rico, que las empresas triunfen en el mercado y que siempre lo tradicional funciona; mientras que la banda opuesta- la izquierda- busca un cambio porque la mayoría de la sociedad no pertenece a ese clan de ricachones. Y es la mayoría que se apoyan entre sí para optar a una sociedad
equilibrada y con las mismas oportunidades que el resto de (in-) mortales. “Lo único que existe son
los de arriba y los de abajo, y los de abajo- los de Vallecas y los de L’Hospitalet- somos muchos
más”, dijo Pablo Iglesias en su mitin en el Valle de Hebrón.
A través de esa oleada que impulsa el cambio en los regímenes políticos han surgido nuevas
entidades de liderazgo, aunque emanando de una línea de preferencia u otra. Siempre unos querrán
“avanzar, renovar, progresar, otros querrán dejarlo todo igual o dar marcha atrás”. Así, en vez de
llamarles “Oye, que eres de izquierda”, podremos decir “señor, es usted progresista, rojo, pragmático o estatista, si lo prefiere”. En estos tiempos -modernos y en un cambio universal- las categorías derecha e izquierda ya no guardan ningún sentido relevante, por lo que hablar de tales conceptos constituye un anacronismo incapaz de representar la complejidad y heterogeneidad de dichas ideas. Es una falacia lo que Daniel Bells habla del “fin de la ideología” o cuando Francis Fukuyama aludía al “fin de la historia”.
No es fin de la ideología, sino fin de dos conceptos introducidos en la RAE que ha separado la
mentalidad de la humanidad para volcar la historia en una división constante, como una especie de
método para manejar mejor el mundo. Hay que romper con la tradición, imponer el cambio, y ese
cambio se ha notado en las nuevas generaciones. Por ello, estamos en una transición brutal. Los
nuevos partidos se guía por la izquierda y la derecha, como nombres simples pero que, al final, los
identificamos según una forma de pensar u otra. Pero siguen siendo nombres. Por ello, los nuevos
partidos irrumpen la tradición del bipartidismo, lo que no quiere decir nuevas ideología que
aparecen por arte de magia.
Todas las corrientes doctrinales emergen de la historia. Mientras Podemos, IU, Compromís, Bloc,
ERC, etc siguen un pensamiento más progresista, social, igualitario, en definitiva, izquierdista,
otros serán más reformistas- que no progresistas-, estatales, empresarios y poderosos. Unos más
extremos y otros menos, pero al fin y al cabo son ideologías que se han implantado a lo largo de la
historia y todo cambio que se haga tendrá conexión con el pasado.
Lo cierto es que, como dice Agustín Laje, el principio de todo será admitir que estas categorías
calificativas, gusten o no, jamás perdieron su relevancia”. Ni lo harán.
Así que en conclusión, la derecha e izquierda no significan sólo ideologías. Quien piense que sí está
equivocado porque “reducirlas a la pura expresión de un pensamiento ideológico sería una injusta
simplificación, pues también indican programas contrapuestos respecto a muchos problemas cuya
solución pertenece habitualmente a la acción política. Se trata no sólo de ideas, sino también de
intereses o valores”. No lo digo yo, lo dice Norberto Bobbio.
Esta verbena de las generales empieza a tener gracia. Solo falta que los nuevos triunviratos no crean
en el psicoanálisis de los resultados como un fin. “Lo decente es ponerse a currar cuanto antes sin
caer en la soberbia del depositario de la verdad. Eso ya lo hemos tenido y miren qué festival”. No lo
digo yo, lo dice Antonio Lucas.

Angie R.