domingo, 6 de noviembre de 2016

¿QUÉ ES EL HILO ROJO DEL DESTINO? CRÓNICA DE UN FESTIVAL VASCO


Desde la estación de Atocha, el reloj marcaba la hora de salida del tren hacia Bilbao. Cuando compré lo necesario para el trayecto, me aproximé ligeramente a las vías del tren para encontrar el coche y la butaca, mientras el silbido del conductor generaba más tensión entre los viajeros que, todavía y con torpeza, intentaban introducir la segunda pierna dentro de los vagones. Corría el año 2015, no muy lejos de hoy, cuando los motores del Alvia intensificaban la marcha rumbo a una ciudad seminueva para mi. Y tan joven resultaría que desde entonces apunto en mi agenda comprar un billete cada 28 de octubre.


Las aves, adormecidas, sacudían con sus alas un cielo manchado de la noche anterior. Durante la primera de las casi seis horas, la vida en un tren parecía entretenida si en mi mano sujetaba un libro y en mis oídos, unos auriculares. Los descansos los dediqué a contemplar el paisaje rústico, a la caza de pillar el campo leonés; y después el vasco. [“Próxima parada: Miranda del Ebro”, decían. Y aún lo recuerdo como si hiciese dos horas que mi tren paró allí durante cinco minutos.] El resto del tiempo, entre reposo y hastío, lo dediqué a escuchar la lista de música la cual tenía que prepararme bien antes de los conciertos. [Claro, ¿cómo iba yo a sentir la música sin antes entenderla?] Miranda del Ebro me recordó a invierno, a una sensación vacacional, a frío y a festivales con cervezas en unas manos tapadas con guantes. Y entonces llegué a destino.

Hilo rojo del destino

Si pones en el buscador Google “qué dicen”, aparecerá una dosis potente de actualidad, y nada de mitologías, refranes o dichos populares. “¿Qué dice la biblia de la homosexualidad?”, “¿Qué dicen las apuestas sobre el Pacquiao?”, “¿Qué dicen esta noche en el debate de Gran Hermano?”, “¿Qué dicen los correos electrónicos de Hillary Clinton?”. Pero más interesante fue que al añadir “leyendas”, me topé con el 'Hilo rojo del destino' que según dice: los dioses atan un cordón rojo alrededor del tobillo de los que han de conocerse o ayudarse (…), y así las dos personas unidas por el hilo rojo están destinadas a ser amantes, independientemente de la hora, el lugar o la circunstancia. Por tanto, este cordón mágico se puede estirar o enredar, pero nunca puede romperse”. Esta leyenda asiática se adecua perfectamente a mis visitas a la tierra vasca. Estoy “atada” con un cordón elástico a la ciudad que dio nombre a una de las experiencias más gratificantes que viví.

Este año, por segundo consecutivo, el festival BIME live superó sus expectativas. Coordinarse no es tarea fácil, pero coordinarse por doble es casi imposible. Bilbao consiguió el desafío, pues en esta edición repetí alojamiento (Portugalete ) y visité, de nuevo, Getxo en bicicleta para probar por primera vez las kiskillas. Un antojo que sacié, con una cerveza fresca y rabas casi pensadas para la Jet set. Sin embargo, la mala niebla hizo del día un cielo grisáceo. Lo cierto fue que quedaba todavía una sesión más de festival y un domingo corto para recorrer algunos bares del centro antes de volver a la capital.

Del cartel de 2015 recuerdo una marea popera, nuevo indie español y la cabeza principal, Imagine Dragons. Por ese entonces estaba tan ilusionada, que hasta permitía rozar mis hombros con los demás cuerpos acelerados. Eran Imagine Dragons, Supersubmarina, Los Planetas, Crystal Fighters. Y por tales diferencias de estilos y de público, el segundo día fue el de mayor éxito. En esta edición, el dragón The Chemical Brothers acorraló durante la hora y media al 90% del público, es decir, al menos 14.000 almas sacudían sus caderas al ritmo de los hermanos ingleses. La electrónica batió récord en el BIME, pero los aplausos también fueron para el propio festival, por la elegancia de repartir el sonido en los tres escenarios, sin molestias ni protestas, cohesionando dos sesiones potentes con la tercera folck, pop o melodías atrapasueños.

De esta última, Edwins Collins sonó suave, tranquilo y clásico frente a una grada llena. [Me preguntaba de dónde salía tanta gente, si los dos escenarios principales estaban llenos de gente] Con la misma tranquilidad, Nacho Vegas apareció poco después de despedir a la banda estadounidenses Richmond Fontaine, quienes dejaron despegar sus alas al sonido de un country moderno. El escenario de Vegas, sin embargo, destacó por encima de las perspectivas. Quién iba a pensar que en hora y pico de concierto se atrevería a introducir un coro de mujeres y hombres. Que lo montase en la Riviera hace un año era necesario para su cerrar su gira a lo grado. Por ello, el gigante marcó su territorio con un megáfono de plástico que utilizó para 'El hombre que casi conoció a Michi Panero'.
Cuando pasada la media hora de escuchar al cantautor asturiano, en el escenario principal Suede llevaba treinta minutos de concierto. El inglés, y cabeza de cartel del viernes, eligió un repertorio de canciones muy acertadas. Parecía que en algún momento se desmayaría de tanta energía, e incluso aguantó con valentía hasta el último momento para interpretar 'Beautiful Ones', una de las canciones que reclamaba el público y que, aun así, se hizo de rogar. De hecho, cuando sonó ésta, yo ya estaba de camino al metro, después de tres intentos fallidos para intentar hablar con Julio Ruíz en el chiringuito de Radio 3.

El sábado en Getxo concurrió rápido, pese a la niebla y a los malestares que me provocaba el frío. La tarde se pasó frente a una pantalla de cine en Barakaldo, Yelmo cines, por el Documental de Oasis. El finde musical en Bilbao, lo describiría. Por cuestión personal, no voy a añadir ninguna crítica porque quizá estropearía la esencia, pero tampoco tuve palabras para expresar cómo lo viví, pese a no ser una auténtica fan. En la primera hora post-Oasis, de hecho, todavía estuve pensativa. Sólo diré que la recomiendo ciento cincuenta por ciento. Pasadas las diez de la noche, Carlos Sadness acababa de tocar 'Bikini', y todavía le dio tiempo a seguir con el ukelele y mostrar otra de su último disco. Así que pillé otra cerveza aunque de lo llena que estaba tampoco tenía tantas ganas de hincharme más.

Le di la espalda casi a la mitad de los artistas por Oasis [y justo ahora mismo Spotify me ha recordado que todavía está en los cines “el documental de los hermanos Gallagher, la banda musical más importante de los 90”]. La zona foodtruck estaba en el polo norte, en una zona al aire libre en la que apenas se podía acceder sin chaqueta. Uno de los puestos que más me llamó la atención fue el de comida asiática. Con sus noodles a 6 euros, casi pensados para la Jet set, se me hizo imposible no repetir hasta 3 veces en los dos días de conciertos. Aunque la salsa semipicante imperó en mi estómago durante algunas horas. Frente a la media noche, The Divine Comedy hizo de su escenario una comedia neoyorquina del siglo XVIII. Un cabaré con ritmo, con guitarras eléctricas, un bajo y batería. Las gradas, de nuevo, se llenaron aunque en esta ocasión se repartió equitativamente entre ellos y Moderat, que demasiado alargó su final si en teoría The Chemical Brothers tenía que haber pinchado su primera canción hacía 15 minutos.

De PJ Harvey o Javiera Mena, el viernes, se desarticuló el lado femenino de la edición. Se hicieron notar con audacia, y con muchos fanáticos coreando sus temas más actuales. De la inglesa, el despojo de interpretar un rock alternativo se valoró positivamente ahí abajo; mientras que Javiera Mena levantó a todo su público, sobre todo cuando pinchó 'Otra era' (su último single).

El hilo rojo del destino es el perfecto título que resume el sentimiento que aguardo de Bilbao, la ciudad que creó música, o que hizo algo grande para atraer la música. El hilo rojo del destino me une allí, obligada con entusiasmo a volver anualmente a los lugares ya visitados pero que nunca me sacian. Desde que por primera vez pisé un festival, no he dejado de pisar más. Como esa droga que aparece en polvo blanco en los baños públicos, siento así a la música. Tras asistir a cuatro festivales en un año y a casi una centena de conciertos, he decidido seguir el legado para 2017.


He aquí la crónica, crítica y narrativa personal de uno de los festivales, ya casi saliendo de los subterráneos del boulevard, que más sentido ha dado a mi afán por la música. Hasta el año que viene. Agur.

Angie R.

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